sábado, 26 de septiembre de 2020
CUENTOS DE MI TIERRA: EL PRECIO DEL SOMBRERO: Por OLIMPIO COTILLO CABALLERO
CUENTOS DE MI TIERRA
EL PRECIO DEL SOMBRERO
Por Olimpio Cotillo Caballero
Cierta vez se
encaminaron por sinuosos senderos un padre y su pequeño hijo. El párvulo
cabalgaba un brioso caballo, en tanto que el padre, los conducía a pie, jalando
la brida.
Las horas habían consumido las
energías y el sol recalentaba las sienes. Desde la ceja de costa, habían
escalado hasta la cresta de la sierra.
Estaban por lo más escarpado del
camino de herradura y los precipicios se agigantaban hacia el fondo por donde
apenas se distinguía el hilo de un riachuelo, cuyo murmullo llegaba de rato en
rato junto al tibio viento de la quebrada.
De improviso, como si alguien
hubiera dado un rebencazo al caballo, éste se encabritó, saltando con la cabeza
erguida o levantando las ancas para dar coses al aire, en tanto que papá,
prendido de la brida trataba de calmar al solípedo.
-So…so…caballo…sooooo.
Pero la bestia no entendía nada, por
el contrario trataba de deshacerse del niño que estaba prendido en sus ancas.
Sus débiles piernitas hacían lo indecible por permanecer en el lomo de la
bestia. Prendido fuertemente de la crin del animal enfurecido, gritaba a más no
poder, hasta que al final, no pudo soportar tanto corcoveo y cayó pesadamente junto a una enorme roca.
-!!Allaauuu
guagualláaa…¡¡¡ gritó el padre pensando que ocurría lo peor.
Corrió hacia el niño dejando la soga
del caballo que huyó desbocado en loca estampida por la parte alta del sinuoso
camino, en tanto que el sombrero del niño rodaba lentamente por la pendiente
rumbo al precipicio.
El padre tomó a su hijo entre sus
brazos, lo examinó, lo cargó, lo besó una y mil veces, enjugó sus lágrimas y le
preguntó intrigado:
-¡Qué te
duele hijito?
-Nada
papá…caí como a un colchón de plumas.
El padre, al notar que estaba sano su hijo del alma, lo
dejó que se pusiera de pie y al mirar hacia el precipicio, distinguió que el
sombrero del niño, seguía rodando lentamente como una rueda. Trató de ir tras
la prenda para atraparlo, en eso escuchó a su pequeñuelo que le decía:
-Papá…Deja
que el sombrero se vaya…Un sombrero podemos comprar, pero si tú te caes, un
papá no podré comprar.
El padre conmovido por las palabras
del niño, volvió hacia su chiquillo al que lo colmó de besos y mimos. No se
explicaba cómo un pilluelo de esa edad podía pensar de esa manera.
Padre e hijo siguieron caminando
cuesta arriba, como si nada hubiera pasado…
Al tercer día en que el padre
devolvía el caballo a su dueño, éste muy socarronamente rompió en estrepitosa
risa para hacer saber que:
-Recién
el día anterior, había domado al caballo.
martes, 8 de septiembre de 2020
¿PREMIO NACIONAL DE LITERATURA O PREMIO NACIONAL DE NEGOCIO DE LITERATURA? Por MIGUEL GARNETT
‘Premio Nacional de Literatura’, o ‘Premio Nacional de Negocio de Literatura’?
domingo, 6 de septiembre de 2020
URPICHA . Por ARMANDO ALVARADO BALAREZO (NALO)
CUENTOS DE MI TIERRA: CASTIGO CASI ETERNO. Por OLIMPIO COTILLO CABALLERO
Olimpio Cotillo Caballero
Cuando el niño Luis, tenía un amigo varios años mayor que él, siempre aprendió lo que sus abuelos le narraban cuentos, a veces llenas de alegría de sus personajes y en otras dignas de derramar unas cuantas gotas de los ojos.
Tirados en el verde pajonal como si solos ellos existieran en este mundo, Macario, amigo de Luis, reproducía esos cuentos de leyenda que su abuelo paterno le había hecho escuchar en noches de luna llena.
Macario se trasladaba a viejos tiempos y lo que decía lo volcaba con tan patético gusto, que sus personajes cobraban vida.
Decía Macario que, en el paraíso de bellas flores, árboles preñados de sabrosos frutos, arroyuelos de cristalinas aguas, vivía como el más mimado de los pájaros, el zorzal cuyo plumaje era de vivaces colores y su cantar era tan melodioso que embelesaba a las demás aves.
El jilguero decía que cantaba mejor, el canario celoso de los halagos, también reclamaba la preferencia, el ruiseñor igual.
Y no faltó un asno que desde la pradera, decía: ¡Silencio mosquitos!, mi rebuzno es incomparable, porque hago callar a todos para que escuchen mi cantar sonoro y acompasado.
Hasta que un día, uno de los tantos santos que hay en el cielo llamó al zorzal y le ordenó con carácter de muy urgente:
-Zorzal, anda donde mi abuelita y dile que recoja inmediatamente el maíz, el trigo, la quinua y todo lo que ha tendido para que se seque, -y mirando al cielo agregó- porque ve viene una lluvia copiosa que puede barrer con todo…Pero vuela antes que caigan las primeras gotas.
-¡Muy bien San Quirquincho!, dijo el zorzal y emprendió el vuelo fugas.
Estaba a medio camino y en eso distinguió a su amada por quien era capaz de cualquier sacrificio. Hizo un quiebre en su vuelo y aterrizó en la rama donde su amada se acicalaba las plumas con coqueta parsimonia.
-Justo estaba volando en tu búsqueda, mintió a su amada y ésta orgullosa fingió ignorarle.
-No creo –dijo la hembra altanera con cierto desprecio- estarás haciendo un mandato de tu jefe que te tiene como esclavo.
-¡¿Esclavo yooo?!...- protestó el zorzal- Jamás. A mí nadie me manda.
-Ja,ja…Te apuesto a que no eres capaz de acompañarme al riachuelo de aquí cerca para tomar unos baños.
El zorzal, no pensó dos veces y acepto la invitación.
Llegaron al riachuelo y de inmediato comenzaron a zambullirse, a sacudirse las alas, no faltaron mil piruetas, especialmente del zorzal macho que para exhibirse y decir que era un completo atleta, entraba y Salía de las profundas aguas con donaire y mucha picardía. En ese trance, una ponzoñosa espina, le causó una herida en alguna parte de su cuerpo, pero el zorzal aguantó el dolor y disimuló la circunstancia.
Pero la pareja no pensó que se desataría una torrencial lluvia que ennegreció el paisaje e inundó los caminos y aumentó el caudal del riachuelo.
Y para sorpresa de la pareja, los mil colores de sus plumas comenzaron a desteñirse, quedando solo un plomo desteñido.
La hembra al notar que cambiaba de color, se echó a llorar a mares y el macho se acordó del mandato que le hizo santo Quirquincho.
Arrepentido de su desobediencia, sin despedirse de su prenda querida, echó vuelo rumbo a la casa donde se había tendido los granos, pero no encontró ni rastros, todo había sido barrido por la torrencial lluvia.
Entonces, urdió una historia y se dirigió hacia santo Quirquincho. Cuando estuvo en su presencia, fingió sumisión y humildad.
El santo, anticipándose a una información falsa, fingió no conocer la realidad, aunque ya había castigado quitándole los colores de su plumaje. Pero de todos modos le preguntó:
-¿Lograste recoger los granos a tiempo…?
-Mire mi gran señor, cuando me ordenaste a que avisara a la dueña de la hacienda a que recogiera los granos de la cosecha, fui como el viento, pero en eso un cazador intentó matarme a tiros con su escopeta. Desafiante le grité: A mí imposible que me mates, porque tú tendrás tu escopeta, yo tengo mi “pishcopeta”. El cazador se enfureció por mi desafío y luego de cargar su arma de dos cañones, apuntó bien y disparo, pero solo me causó una herida.
-¿Podrías mostrarme esa herida?, le dijo el santo.
-Claro mi Señor. Levantó la cola y de verdad tenía una herida, pero no como decía él, producido por una escopeta, sino era producto de un hincón de una espina.
-Ajá, dijo el Santo y luego le preguntó: ¿Y sabes por qué ha cambiado tu plumaje, tan bello y llamativo de tus plumas?.
-No señor…
-Por tu culpa, nadie tendrá qué comer durante el año…todas las cosechas se lo ha llevado la lluvia, dijo el santo y luego pronunció unas palabras equivalentes a una maldición: “El color de tu plumaje y de todas tus generaciones se quedará así desteñido y la herida que tienes en tu trasero se volverá costra y nunca desaparecerá en toda tu dinastía hasta la consumación de los siglos”. Has desobedecido mis órdenes y esas dos cosas las pagarás por desobediente.
El zorzal voló a un árbol solitario y allí lloró a mares ofreciendo mil arrepentimientos, pero todo fue en vano. El castigo del santo, ya estaba dictado
Desde entonces, el zorzal tiene una costra, que debe servir de escarmiento a todas las especies de la tierra que no obedecen el mandato Divino.
Huaraz, 29:08:2020
EL RETORNO DEL POETA: Por JUAN CARLOS PRIOTTI
EL RETORNO DEL POETA
Cuento galardonado en el Concurso Anual de Narrativa (Julio 2020) organizado por el Instituto Peruano de Cultura en Miami - Florida - USA
pero el terruño
lo llamaba con fuerza irresistible.
Esteban Valoy, quería escribir en un intento de liberarse de la congoja que le producía el retorno, de la ansiedad hacia la que lo llevaba ese monótono traqueteo del tren, ese borroso sucederse de árboles, casas y gente que estaba más allá de la abierta ventanilla. Quería ser, necesitaba ser, absolutamente sincero consigo mismo. Desentrañar hasta que punto esa nostalgia suya era auténtica, tenía un fondo de verdad que podría, mañana, justificar con un poema.
¿Cómo, en qué momento comenzó a escribir? No lo supo hasta desandar el camino del retorno a sus raíces. Cuando llegó a la casa que nació y amó, sintió una soledad que tenía olor a humedad y vejez, y que temblaba en cada cuarto vacío. En la penumbra había un silencio mucho más hondo, que no le pertenecía, y al que se entregaba sin fuerzas, ni palabras… Algo así como sentirse morir de a poco, con la certeza de que nada de lo anterior, de lo conocido y vivido, era realidad ya. Durante segundos que parecían horas, su vida no tenía más horizonte que una soledad sobrellevada con indiferencia, sin dramatismo. Había cicatrizado en él la vieja herida que se llamó ausencia, había logrado reducir su existencia a la rutina de recorrer el patio solariego, contemplando la tarde bajo el pabellón del centenario laurel.
Así fue como floreció el poema. Esteban Valoy ahora estaba allí, frente a los recuerdos. Hacía apenas una hora que había retornado. Todavía tenía los ojos húmedos. La tristeza lo rodeaba con sus grandes brazos. Pensaba que su corazón era como un gran hueco oxidado, como un gran pozo de soledad. No, él no podía creerlo. Por el lado del cerro hasta donde terminaba el valle, la tierra sin árboles trepaba por sus ojos a cascada, ni una sombra brindaba frescura al paisaje. El escondido son del tiempo que ahonda perfiles en el alma, pasaba y lo rozaba con la mirada alzada en abandono. De su alma habíase adueñado la soledad, de tal modo que no tenía palabras para expresar la tristeza de sus propios pensamientos. Hasta que entró en un remanso de profunda meditación, algo extraño y rebelde le recorrió todo el cuerpo, y los versos surgiéronle solos. Comenzó a escribir:
Con esta voz que me desvela fundo la memoria
al contemplar en este tiempo de lo efímero,
la muerte de los árboles y el vuelo de las aves
que migran en los peldaños del viento.
Esta imagen apenas alcanza para un silencio.
Puede ya la tarde reflejar en mi corazón
el verde de las muertes en verde primavera,
contenida en la orilla más amarga de mi llanto.
Recordó la casa en que vivió la niñez y la adolescencia, esa antigua casa de madera y chapas de cinc, con galería en frente y un jardín de geranios y jazmines. Y el patio solariego bajo el laurel centenario. En aquel entonces, él tenía 15 años y un prolongado sueño, que solamente sabía de la historia que comenzaba con este viaje en el tiempo hacia las raíces. Después contempló el cielo de velados sentires en las nubes, y durante minutos interminables era todo él una sola llaga ardiente. Luego vino la reflexión del poema. Prosiguió escribiendo:
Este es mi agraz tiempo, digo, y no me asombra
soñar despierto con mi tierna nostalgia de niño,
que me convierte en el poeta que siempre debí ser
la radiante luz de la luna en la noche interminable.
El recuerdo de la infancia estaba allí, y aún le hablaba como en días distantes:
- Nunca te dejaré solo. Hasta desde la muerte habré de acompañarte, porque te pareces demasiado a un niño. Y yo necesito ser la sangre del lado izquierdo de tu corazón, donde está la vida que vendrá a beber.
Sonreía tristemente. No, nunca podría olvidar aquellos recuerdos que habrían de acompañarlo para siempre. Pensó que, tal vez cuando sea viejo y la proximidad de la muerte borre definitivamente todos los recuerdos tristes y las soledades, irá en busca de aquel niño que tanto añoró. Ahora podía escribir:
Y me pregunta el sol en el estambre de la tarde,
¿cuánta semilla crece en la tierra de mi sangre?
La vida sin dolor no existe pero me muestra
lo que es verdad y lo que es leyenda.
Mas la razón me enseña que todo importa
en este siempre nacer con la sed y la nostalgia.
Recordaba todo, también aquel otoño en el que estrenó un trajecito de marinero, y andaba por calles abandonadas. Recordaba versos escritos en la sonoridad del canto inolvidable del zorzal chalchalero. Poco después supo que no podía vivir sin respirar el mismo aire. El cielo bajó hasta él, y una estrella le iluminó los pensamientos. Eso fue el principio. Y eso fue todo. Luego se inclino sobre el papel en blanco para escribir:
Aunque el sueño queme y me parta en dos la vida,
el conjuro se extiende tan pronto mi corazón
toca el fin de un suspiro demasiado hondo,
sólo por estar libre y vivo sin contar las horas
hasta verterme aquí, con este asedio de la palabra.
Una gran ternura le iba invadiendo el alma a medida que escribía, rodeado de una aureola de luz que sahumaba una madreselva. Era indudablemente su mensaje cósmico hecho poema, y lo veía crecer en la sublimación. Entonces surgió la otra estrofa:
Soy esta brizna este soplo del sol que me alumbra
para mirar la caída del tiempo en el vacío,
por donde sube a deshora la savia de un pasado
del que apenas heredo su ornada transparencia.
Si, cuánta luz en el paisaje manso, cuánta luz dueña dolida del verde ausente, ahora la penumbra estaba con él. Porque de esa luz nacía su mirada, en que se deleitaba a solas con el recuerdo, signado por el paso del tiempo. El valle de agudos ecos y pastos grises, se estaba mereciendo la estrofa. Continuó el poema:
He nombrado mi tierra y le escribo desde el amor
tejido con los hilos de una larga ausencia.
Pero a tal suerte de hurgar con la mirada distante
en la urdimbre de su vasto cielo, yo estoy tan cerca,
¡tan cerca que me pierdo en la luz de su tiniebla!
Después el sol como una gran boca de sangre que se comía el horizonte de cerros, sentimentalmente le recordaba momentos vividos en comunión de sueños. La luna, por ejemplo, esa eterna cómplice de Afrodita donde la poesía no tenía palabras, o aquel amanecer que lo sorprendía después de recorrer la noche contando estrellas. Ahora él estaba allí, ausente y presente de tan extraña manera, desovillando recuerdos y olvidos. Encendió un cigarrillo y entornó los ojos para reconstruir la imagen del tren que lo trajo hacia largos días de felicidad. Se dijo en voz alta:
- La felicidad no tiene historia y si lo tiene, se escribe en otra forma, con otro lenguaje…
Luego irrumpió el silencio, un silencio cómplice que le permitía escuchar las voz de su pensamiento recordando todo, una casa, un árbol, un cielo, una lágrima. Y sin caer en los extremos de un monólogo infinito, decidió escribir la última estrofa:
Por maldad o por olvido algunos sueños perecieron
para volver a nacer con este retorno a mis raíces,
siendo sublime epifanía sobre atalaya de pájaros
en un desierto que media entre el humo y la ceniza,
donde un laurel sueña con su sombra perdida
junto a mis lágrimas que vierto en dulce intimidad.
Dejó el lápiz sobre la mesa por unos minutos y sonrió. Por primera vez sonrió sin tristeza. Leyó lentamente todo el poema, y levantó los ojos hacia el crepúsculo que comenzaba a teñir de rojo la cima de los cerros. Volvió a recordar la historia de pobreza y de coraje que había sido la de su niñez y adolescencia, y al releer el poema en voz alta le pareció que el crepúsculo sonreía.
-Oh, mi Dios… -dijo casi feliz. Volvió a tomar el lápiz y escribió el título sobre la primera carilla:
Sombras de mi Valle Azul
Y al mirar el cielo con los ojos húmedos, comenzó a llover una lluvia de árboles y de pájaros sobre el valle. Después, en una regresión de imágenes, recobró el rostro de aquel niño añorado, diciendo:
-Tú sabes, sueño mío, que no es cierto. Pero toda verdad necesita de una pequeña mentira…
La noche entraba por la ventana y la luz de las primeras estrellas ya estaba en el corazón de Esteban Valoy.
martes, 1 de septiembre de 2020
SHOGACUY, PINQUICHIDA, CONVITE Y ENTRADA DE LA FIESTA DE SANTA ROSA EN CHIQUIÁN. Por ARMANDO ALVARADO BALAREZO (NALO)
MARTES, 1 DE SEPTIEMBRE DE 2020
SHOGACUY, PINQUICHIDA, CONVITE Y ENTRADA DE LA FIESTA DE SANTA ROSA EN CHIQUIÁN- POR ARMANDO ALVARADO BALAREZO (NALO)
HOLA SHAY:
SHOGACUY
.01:00 / 06 a.m
PINQUICHIDA
09:00 a.m. En la casa de la Estandarte.
10:00 a.m. En la casa del Inca.
11:00 a.m. En la casa de Rumiñahui.
12:00 m. En la casa del Capitán.
01:30 p.m. Banquete ofrecido por el Capitán y el Inca.
ENTRADA
03:00 p.m. Concentración de funcionarios y público en la Plazuela de Bolognesi (Quihuillán) e inicio de los juegos con caramelos, serpentinas y pica pica por las calles de Chiquián.
05:00 p.m. Quema de tendida de cohetes ofrecido por la Capitán y captura del Inca en el estadio de “Jircán”.
06:00 p.m. Baile en casa de la Capitán.
10:00 p.m. Presentación musical, baile y quema de castillos a cargo de la Capitán.
El poncho chiquiano que usa el Inca y Rumiñahui, así como el Capitán y su comitiva durante el Shogacuy y demás actividades nocturnas, es patrimonio histórico de nuestra América Morena. Sobre su textura se firmó la Capitulación de Ayacucho.
En esta actividad los repartos de chicha y colaciones no faltan. También intervienen botella en mano los familiares del funcionario. Todos demuestran sus condiciones físicas durante la correndilla (trencito), sobre todo la capacidad del hígado para procesar ingentes cantidades de trago, donde las pallas son las preferidas de los “santos varones”, empeñados en embriagarlas, sin percatarse que los familiares de las pallas las cuidan dándoles durante le baile botellas tapadas con un flor conteniendo chicha morada.
.
Viene a la memoria la tarde del 01 de septiembre de 1962 en plena guerra de caramelos, cuando el infante Miguel Arturo “Cholito Corazón” Barrenechea Ibarra, ampayó a la musa de sus sueños oteando la Entrada desde el balcón de la familia Garro. Con disimulo cambió de mano el puñado de golosinas que sostenía y se quedó con un caramelo "Cocoroko" en la palma derecha. Apuntó poniendo el proyectil en el ojo derecho y cerrando el izquierdo estiró el brazo como mira telescópica, lo encogió y lo extendió con alma, vida y shongón (shonqon), lástima que el proyectil se quedó pegado a la melcocha que exudaron las golosinas.
En ocasiones los caballos del Capitán y comitiva sacuden sus cabezas resoplando sus congestionadas narices, y levantando sus patas amenazan clavar sus cascos en el pecho de los protectores del Inca y su séquito real, mientras algunos 'incautos' resbalan y caen al suelo del susto o pierden el equilibrio por los cuilumpis y tomates que yacen reventados en el piso, y los 'pasteles verdes' que van dejando a su paso los equinos de cuatro patas.
Las tendidas detonan con gran estruendo en la plaza mayor y el estadio de Jircán; pero en esta última la cosa es seria, ya que retumban tan fuerte y cargadas de humo que hasta el más 'valiente' tiembla por temor a los cohetones que salen disparados por todos lados, en tanto los encabritados caballos dan vueltas sin control y los curiosos se escabullen para no recibir las feroces coces.
Esta actividad llega a su cúspide cuando el Inca se escapa del estadio de Jircán o es atrapado por el Capitán en la segunda vuelta, previo pago de una multa simbólica que hace efectiva el perdedor. Cuando el Inca desaparece del estadio no se hace esperar: "beschashay, pobre Capitán, el Inca se ha escapado trepando la tribuna como el gato Martín".
El general Rumiñahui, encargado de la protección del Inca, pasa muchas noches en vela cavilando con su estado mayor la mejor estrategia para evitar la captura del soberano:
Cierta vez asesoraron al Inca, así:
- "Shay Inca, contrata al Topo para que te ayude a escapar, dicen que se fuga las veces que quiere del penal de Huaraz".
Se selló el pacto, el Topo se encargaría de la fuga, lástima que el Inca fue capturado sin resistencia alguna.
¿Qué pasó?:
La Entrada finaliza cuando ambos bandos se confunden como hermanos fraternos durante la huaylishada, aflorando así el mestizaje; es decir, la huaylishada identifica el temperamento chiquiano de dos mundos, con alegría, hermandad, música y baile, constituyéndose en el alma de la fiesta.