CUENTOS DE MI TIERRA
EL PRECIO DEL SOMBRERO
Por Olimpio Cotillo Caballero
Cierta vez se
encaminaron por sinuosos senderos un padre y su pequeño hijo. El párvulo
cabalgaba un brioso caballo, en tanto que el padre, los conducía a pie, jalando
la brida.
Las horas habían consumido las
energías y el sol recalentaba las sienes. Desde la ceja de costa, habían
escalado hasta la cresta de la sierra.
Estaban por lo más escarpado del
camino de herradura y los precipicios se agigantaban hacia el fondo por donde
apenas se distinguía el hilo de un riachuelo, cuyo murmullo llegaba de rato en
rato junto al tibio viento de la quebrada.
De improviso, como si alguien
hubiera dado un rebencazo al caballo, éste se encabritó, saltando con la cabeza
erguida o levantando las ancas para dar coses al aire, en tanto que papá,
prendido de la brida trataba de calmar al solípedo.
-So…so…caballo…sooooo.
Pero la bestia no entendía nada, por
el contrario trataba de deshacerse del niño que estaba prendido en sus ancas.
Sus débiles piernitas hacían lo indecible por permanecer en el lomo de la
bestia. Prendido fuertemente de la crin del animal enfurecido, gritaba a más no
poder, hasta que al final, no pudo soportar tanto corcoveo y cayó pesadamente junto a una enorme roca.
-!!Allaauuu
guagualláaa…¡¡¡ gritó el padre pensando que ocurría lo peor.
Corrió hacia el niño dejando la soga
del caballo que huyó desbocado en loca estampida por la parte alta del sinuoso
camino, en tanto que el sombrero del niño rodaba lentamente por la pendiente
rumbo al precipicio.
El padre tomó a su hijo entre sus
brazos, lo examinó, lo cargó, lo besó una y mil veces, enjugó sus lágrimas y le
preguntó intrigado:
-¡Qué te
duele hijito?
-Nada
papá…caí como a un colchón de plumas.
El padre, al notar que estaba sano su hijo del alma, lo
dejó que se pusiera de pie y al mirar hacia el precipicio, distinguió que el
sombrero del niño, seguía rodando lentamente como una rueda. Trató de ir tras
la prenda para atraparlo, en eso escuchó a su pequeñuelo que le decía:
-Papá…Deja
que el sombrero se vaya…Un sombrero podemos comprar, pero si tú te caes, un
papá no podré comprar.
El padre conmovido por las palabras
del niño, volvió hacia su chiquillo al que lo colmó de besos y mimos. No se
explicaba cómo un pilluelo de esa edad podía pensar de esa manera.
Padre e hijo siguieron caminando
cuesta arriba, como si nada hubiera pasado…
Al tercer día en que el padre
devolvía el caballo a su dueño, éste muy socarronamente rompió en estrepitosa
risa para hacer saber que:
-Recién
el día anterior, había domado al caballo.
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