EL ALUVIÓN DEL 41
LA INDOMABLE FORTALEZA DEL HUARACINO
Si
nuestro cerebro fuera un ecran, muchos podrían proyectar de su memoria y para
sus circunstanciales amigos, acontecimientos vividos con trágicas escenas o
quien sabe comedias del más refinado gusto.
Para
los sobrevivientes del aluvión del 13 de diciembre de 1941 (hoy día), será un
día en que muchos apenas lo recordarán y otros elevarán una plegaria por el ser
querido desaparecido en aquella oportunidad, entre el lodo, piedras, palizadas
y mucha desesperación.
Era las
7.15 de la mañana de hace 76 años en que por la quebrada de Cójup se inició un
ruido atronador. En un principio, todos creyeron que iba a ser pasajero, pero
no fue así, a medida que pasaban los segundos parecía que rugían las mismas
entrañas de la tierra.
Los
mayores se preguntaban llenos de asombro:
¿Qué
está pasando? Para unos eran los japoneses los que bombardeaban Huaraz (En
aquel tiempo se libraba la II Guerra Mundial), otros, que los toros bravos de
la quebrada huían en estampida…y tantas otras inocentes suposiciones. No faltó
un chacarero que dejó el azadón para ponerse en buen recaudo pensando que los
“diablos invadían la ciudad”.
El que
les cuenta esto, apenas tenía 4 años de vida y como tal aún no entendía lo que
pasaba. Le habían encomendado cuidar al labriego que aporcaba los maizales en
la huerta de “acá”, mientras que los hermanos mayores habían ido a la “Chacra
de allá” a recoger los primeros frutos de las habas (Actualmente esas tierras lo
ocupa el Colegio “Santa Rosa de Viterbo”).
Lo
cierto es que a lo lejos se veía, cómo los inmensos árboles de eucalipto caían
uno tras otro, mientras que un denso humo cubría la ciudad de Huaraz.
Mucha
gente con raudos pasos se dirigía a Pucaventana donde pernoctaron noches y días
por varias semanas ante las réplicas del aluvión.
Los más
osados bajaban a la ciudad para comprobar lo que había pasado y al retornar con
lágrimas en los ojos narraban que todo había desaparecido, que los cadáveres de
mucha gente flotaban varados en las orillas del aluvión. Otros decían que medio
Huaraz había desaparecido e incluso el Hotel de Turistas, en vísperas de su
inauguración.
En fin,
todo era desolación y muerte.
Mamá
Conchi, días después daría a luz una hermosa hermanita, lamentablemente nació
muerta por las fuertes impresiones sufridas en aquella trágica mañana.
Papá y
Foncho, a pocas horas de la tragedia, volvieron a lo que quedaba de la ciudad e
ingresaron a un horno donde les esperaba una ruma de panes olorosos. Cargaron
en grandes canastas para ser repartidos entre las mujeres y niños que nos
guarecíamos en chozas improvisadas en las faldas del cerro de Pucaventana.
El
carácter indomable del huaracino hizo que no dejara su lar nativo y más bien
usó más tarde las rocas aluviónicas partidas a fuerza de dinamita, para el
cimiento de sus nuevas edificaciones.
Hasta
hace poco el cono aluviónico era un lugar vedado para levantar viviendas, pero
gente que no ha conocido la tragedia se ha posesionado allí y tercamente ha
levantado sus viviendas. Ojalá que un fenómeno como del 41 no se repita nunca.
El Ing.
César Portocarrero Rodríguez, Jefe de la Oficina de Glaciología y seguridad de
Lagunas y experto glaciólogo, sostiene que la laguna de Palcacocha sufrió la
ruptura del dique producido por avalanchas de grandes masas de hielo
desplazando considerables volúmenes de agua sobre otra laguna denominada
“Jircacocha” produciendo un alud de 8 a 9 millones de metros cúbicos de agua
causando la destrucción parcial de Huaraz.
En
efecto, en aquella oportunidad se calculaba que habían perdido la vida por lo
menos 5,000 huaracinos y dejando daños materiales incalculables.
Pero la
fortaleza indomable del huaracino, cuantas veces ha estado a prueba, tantas
veces ha sobrevivido y está aquí, firme, pálido, pero sereno.
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