Por Juan Carlos Priotti
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Gracias a mis Queridos Amigos de la AEN por el homenaje que me brindan, compartiendo un poema que escribí hace mucho tiempo donde expreso el dolor del desarraigo. Y estoy muy contento que hayan elegido "Obsesión Crepuscular", fue el primer poema publicado en el Diario El Norte, pues participé (primera vez) en el certamen San Nicolás - Ciudad y Templo (año 1988) donde obtuve la Primera Mención, siendo uno de los jurados el entrañable nicoleño Alberto Lagunas.
Como parte de mi agradecimiento, comparto el borrador que iría de liminar en el
poemario "Hojas en el Viento" (aún en cuarentena) que el sello ATHAL
de doña Adela Franco publicaría antes de que finalice el año y si la pandemia
de covid-19 lo permite también.
"Imágenes
en la piel de mis días"
Arrullado por el coro de los años, como una súbita iluminación, suelto la voz al viento. Y desde allí despliego mi canto tanto tiempo guardado, sabiendo que es el único modo de volar cada día de la existencia que me queda. Si, por suerte, el poeta que vive en mi no puede dejar de percibir esa música, llevándome a sombras crepusculares de anteriores instantes.
En este ávido minuto no dejo de llenar mis vacíos, de transitar huellas
olvidadas sobre las cenizas del adiós. A veces, las imágenes vuelven al principio
y me quedo con ellas largas noches de desvelo, constituyendo una indescifrable
hierofanía, un absoluto vívido y tangible en el paisaje de mis recuerdos. Así
el Aconquija, la montaña más bella de mi terruño, de quebradas enhiestas entre
murmurantes ríos con el sol derramando el crepúsculo en los picos nevados, será
siempre la imagen más bella que haya podido contemplar hasta la reverberación
del ocaso. Para contar lo mucho que me regocija y lo mucho que me enamora, vale
la pena haber nacido.
En estas imágenes deshojadas de un puñado de recuerdos, está la casa paterna
abandonada hace tiempo por quienes allí nacimos y crecimos. El viento y la
lluvia sembraron musgos en las paredes, que la hacen más humana con toda la
intensidad del silencio, donde los arabescos de mis vivencias juveniles
estallan juntos a élitros, telarañas y avispones. En donde fue jardín de
azucenas y geranios, rosas, diamelas y jazmines, ahora crecen yuyos. Y en el
patio, el lugar del antiguo laurel, sólo queda un gajo que pervive junto a un
árbol rozagante de palo borracho, cuyas ramas poderosas asoman ya por sobre lo
más alto de la casa. Más allá el río, el mismo de mi infancia, por el que
todavía navega mi barquito de papel, el nombre persiste pero muy pocos saben de
dónde viene y hacia dónde va.
Sin pensar que otra vida igualmente hermosa, reemplazaría aquella otra que
cerraba la puerta creyendo que así se iba, abro la ventana y lo primero que me
saludan son los pájaros, los mismos que en mi infancia inauguraban el amanecer,
a veces con aleteos, otras veces con gorjeos y trinos, pues sus cantos tenían
diferentes matices, que me llevaron a atesorar dichas con aquellas voces de mis
sueños. Al contacto alentador de los pájaros y de los cerros que contemplo a la
distancia, pequeño y hermoso portal en el vasto exilio de la tarde, todo me
recuerda mientras contemplo esas imágenes que no tienen límites ni tiempo en el
horizonte de mis ojos.
PALABRAS ALREDEDOR DE LA AUSENCIA
Desde esta geografía erguida de las sombras, más que un cielo se refleja un
puñado de versos, que el terruño y la vida me han inspirado. La poesía no me
fue ajena: hizo de mi vida un sólo acto, un acto simple y sublime, acto de
amor, de amor profundo al terruño, de ese amor sin codicia, de ese amor casto,
comprensivo, luminoso, que se llama Tucumán. Tal vez por eso soy su rostro, y
de esa manera pongo palabras alrededor de la ausencia, para llenar el vacío.
Agotados los pasos -cumplida ya la tarde-, la noche me invade y establezco mi
origen, el tiempo y los sueños que voy dejando sobre la trama intangible de las
palabras que me recordarán. Palabras verdes entre las sombras; entre las
palabras, una abscisa de hojas y un ordenada de viento, símbolo del poemario -
escrito para que fuese mi testamento-, esperando llegue al corazón del lector
del mismo modo con que me llegó a través del manso arroyo transformado en
turbulento río, de los cerros que guardan secretos y misterios desde una
eternidad que sólo conoce el Yastay, invadida por mi sombra.
Por lo tanto me une a una deuda recíproca con mi tierra urente, constelada en imágenes más allá de las palabras y la piel, a veces sangrante detrás de lo visible y, otras tantas, nostálgicas como el abrazo que no sabe de distancias y de ausencias.
Para conjurar la tarde en la piel de mis días, después de este interludio que
no es exordio ni crónica, pienso que aún tengo mucho que decir para exorcizar
los fantasmas de la memoria. Pero, como dice Pablo Neruda, “aprendí tanto
silencio, que tengo mucho que callar”, mientras mis sueños se irán borrando
como Hojas en el Viento."
Cuando la palabra expresa poesía podría no está hablando del poema,sino de la fuerza del espíritu del poeta, ese deslumbramiento que sintetiza la historia de un gran dolor intimo, como el desarraigo geográfico y humano que expreso en el poema "Obsesión crepuscular". Por algo entristece el crepúsculo, será porque es el crepúsculo condenado a ser noche, como la lluvia que no llueve. Gracias Lucho por ponerle alas a mis escritos para que vuelen con el sueño de un río que brota gota a gota.
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