martes, 25 de agosto de 2020

PATUCO: CON LOS COLORES DEL CAHUIDE. Por Armando Alvarado Balarezo (Nalo)



PATUCO:
 
  CON LOS COLORES DEL CAHUIDE

Por Armando Alvarado Balarezo (Nalo) 
PATROCINIO ALLAUCA CALDERÓN, más conocido como PATUCO DE JIRCÁN, es un ancashino campechano entregado a las causas populares, empresario de larga data con resistentes raíces telúricas, CAHUIDISTA CIENTO POR CIENTO, benefactor y funcionario en las fiestas costumbristas y cívicas (Chiquián y Lima), socio fundador de programas radiales e impulsor de instituciones representativas de nuestro pueblo en el Cono Norte limeño. En fin, un ser humano singular, por quien tengo el mayor cariño, y admiro por su calidez solidaria desde niño. 
 
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Residimos con Patuco y mis hermanos casi tres quinquenios en el barrio chiquiano de Jircán, cuando con muchos chiuchis de la cuadra 1 de Leoncio Prado, iniciamos nuestras experiencias de vida; cuando enhebramos los primeros sueños adolescentes; cuando descubrimos los sagrados valores de la familia y la amistad; cuando en la diáfana mirada de los vecinos, que hoy nos iluminan con su ejemplo desde el cielo, brillaban miles de luceros de esperanza por un Chiquián con caminos abiertos al porvenir de todos; aquellos vecinos que vivían y ayudaban a vivir a los demás en franca confraternidad diaria.

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Patuco nos enseñó a los niños de Jircán: que echar simiente al surco y dejarlo a su suerte no garantiza buena cosecha. Se necesita cultivar la planta de sol a sol, así como para cosechar buenas amistades primero se tiene que dar amistad sincera, porque amistad que no se brinda con amor verdadero, se va como el agua por las rajaduras de un cuntu viejo. 
 
 
 
 
"Nunca saquen conclusiones apresuradas, tampoco inflen un shulaco para que parezca iguana, pues lo único que conseguirán será reventar al shulaco en la primera inflada con shoguet. Todo en su justa medida, el que nació para panzón, aunque lo fajen con fleje de acero inoxidable", nos recalcaba en los tiernos años, cuando la única impresora personal en Chiquián era el papel calco y, el borrador de tinta líquida más que borrar traspasaba la hoja del cuaderno.
 
 
 
 
Recuerdo como si fuera ayer sus frases: "Nunca frenen sus sueños. Tienen que dejar huella profunda. No lloren como plañideras de velorio que ni siquiera conocieron al difunto. Manténganse alerta, siempre en movimiento, un paso atrás, sólo como el puma para saltar con mayor impulso la honda zanja". "Una cosa es tener sueño y otra tener un sueño por realizar, pues el "un" marca la diferencia entre la ociosidad y el éxito". 
 
 
 
 
Muchas veces afloraba su picardía, sobre todo a la hora de los juegos nocturnos. Decía: "Dejen de jugar al médico y a la enfermera, mejor jueguen al papá y a la mamá, y sigan practicando con la prima, la amiga o la vecina, pero sin olvidar ponerse el protector pucash, salvo que quieran convertirse en la oveja negra del vecindario". Dicen, no me consta todavía, que hasta el propio diablo fue derrotado por Patuco en un duelo por el corazón de la musa más esquiva de Umpay. Es decir, una envidiable máquina humana en la ciencia del amor, una de las más difíciles materias entre las ciencias naturales.
 
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Gracias a Patuco aprendí que la vida es como una película, que puede ser en blanco y negro o a colores; película larga o en cortometraje, todo depende cómo la filmemos con la videograbadora del alma. También aprendí que para ser feliz, solamente tenemos que compartir el pan nuestro de cada dícon lo demás. "Dejen de compararse con los que más tienen, es mejor compararse con los que nada tienen si quieren valorar la vida que nos ha dado Dios", nos repetía una y otra vez en las veredas del barrio a los niños oyentes, barrio amado donde sólo crecen buenas hierbas los 365 días del año.
 

 
En el telar donde se entretejen los recuerdos de los chiuchis de Jircán y de los buenos amigos chiquianos, emerge permanentemente la imagen señera de Patuco, como las narraciones de estas dos direcciones electrónicas, por ejemplo. Hacer clic en: 
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SAFARI DE ALTURA EN CHIQUIÁN

NECESITO UN CABALLO 

"La vida toma examen escrito antes de darnos lecciones orales", nos dijo Patuco la vez que ingresó a la universidad para estudiar Administración de Empresas. Hoy, cuatro décadas después, su pensamiento sigue intacto, pues la vida primero pide pruebas claras, luego vienen las clases al aire libre  o en recinto cerrado. 
 

 
 
"El secreto para lograr el éxito está escrito en todas partes, todos lo leen de día y de noche, pero pocos se animan a estudiar con ahínco y trabajar honradamente y sin tregua", así se refirió cuando vio la luz su primera empresa, y qué LUZ amigos míos, nos iluminó ayer y nos sigue iluminando a muchos paisanos con la misma intensidad en las calles oscuras de la vida, porque ahora ha hecho de su existencia un sacerdocio de fe y amor a Dios por sobre todas las cosas.
 


 
En un mundo donde abundan como galgas los filósofos de cuarta, chamanes, políticos y jueces de quinta, cuánta faltan hacen los emprendedores como Patuco Allauca Calderón.


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Que Dios te colme de bendiciones en este día de tu santo, Patuquito, y los venideros también, para felicidad de la gran familia ancashina.

Un fuerte abrazo, primo,

Nalo
 
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RECUERDOS
 

 
 
Al pie dos cartas que no llegaron a su destino porque quedaron enganchadas en los cables telegráfricos chiquianos. Una en las jalcas de Toca camino a Tinya; y la otra trepando Cachichurana rumbo a Capellanía.
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Lima 25 de agosto 1996
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HOLA SHAY:
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Hace unos meses estuve recordando con nuestro paisano Víctor Damián Núñez, en su casa de Fort Lauderdale (Florida, USA), acerca de una de las obras cumbres de la literatura universal: LA ODISEA, de Ulises, mientras Penélope, Telémaco y el fiel "Argos", esperaban su regreso. Comentábamos, cómo luego de muchas vicisitudes y placeres mundanos Ulises cayó de rodillas y lloró de amor al contemplar su querida Ítaca. Con seguridad, esos mismos sentimientos son los que nos acarician el alma, cuando acortando distancias tras largas ausencias arribamos a nuestra Patria chica. 
 

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Gracias a estos recuerdos homéricos hoy he vuelto a reafirmar que el amor puro es esa Ítaca de Ulises, y Chiquián el más bello punto de encuentro en el corto camino de la existencia. El amor puro también es como el río Aynin o las cascadas de Usgor y Putu, cuyas aguas cristalinas volverán convertidas en aguacero después de abrevar campos sedientos camino al mar; como todo lo que es grato en un sueño se diluye al despertar, sin embargo queda su dulzor durante el nuevo día.
 

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Muchas veces en mis desvaríos juveniles me sentí eterno, porque creí haber aprendido el arte del olvido, pero bastaba contemplar una fotografía chiquiana en blanco y negro, escuchar una melodía de banda o de arpa, una canción del recuerdo o leer mis primeros relatos, para pensar en mis amigos de la infancia y, de inmediato se me desgarraban las cuerdas del corazón; entonces comprendía, cada vez más y más, el dicho popular que me enseñaron los pastores de Tupucancha: "El Sol no muere en la noche, sólo se aleja unas horas mientras se refleja en su amada Luna"
 
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Muchas madrugadas en la década del ochenta e inicios del noventa, despertaba y, a través de la ventana de la habitación exploraba lapicero en mano el confín, y sacaba de lo más hondo del alma: hilachas y cuentos de mundos mágicos, pero también grutas sin luz. Fueron tantas noches de insomnio en el Sur andino, Cajamarca, Huaraz..., que ahora me cuesta recordarlo todo sin perder el aliento. Hoy esas fuentes de donde extraía líneas de líneas ya no están en la oscuridad, sino en el alba donde mi hambre y mi sed encuentran el trigo y el chumpac, como en los núbiles años sesenta. No más tempestades ni covachas de olvido, tampoco manos encallecidas tratando de abrir candados invisibles. 
 

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Tal vez en estos momentos pienses que esta carta es una de mis locuras de chiuchi travieso, pero siéntate a meditar y oirás tu propia historia a través de los latidos de tu corazón, y dime: ¿QUÉ SIENTES SHAY TOCHO?. 
 
 
 
 
En tanto, el alma canta en armonía con el corazón y todo es melodía a pocos días de la fiesta de Santa Rosa, porque el llanto por el pasado indiferente no existe más, sólo lágrimas de dicha brotan de mi pecho vibrando como cascadas y trinos de acróbatas huínchus y saltarines pichuichancas, que hacen de este aprendiz de vate un hombre con alas pequeñas que no baten desaliento, sino aire puro con nuevas auroras y serenatas, contenidas en una represa de acuarelas a punto de desbordar, como el veneciano Jupash de los tiempos húmedos.
 
 


Es medianoche, lejos de Chiquián querido, y en mi imaginación la banda de Huanri toca "30 de agosto....". Los latidos se impacientan y las pupilas destilan añoranza, porque con esa música maduró mi espíritu telúrico. Las horas pasan con áspero sabor a lejanía, raspando como cascajo el pensamiento peregrino, cual pardo piso del ruedo de Jircán que roía las rótulas de los chiuchis de antaño, cuando mirábamos la corrida de toros, arrodillados debajo de los camiones y las palincas con dueño insensible a los gritos de auxilio de los pequeños fiesteros.
 
 


Muchos recuerdos desgajan el pecho y vuelan como tinyacos por Yucyushtana, Shulu y Mishay; por eso estoy tratando de hilvanar estas líneas para después tallarlas en un aliso mental, como parte de tu vida y la mía, sólo así nuestros sentimientos no se perderán en la neblina de los años, menos en el falso aroma de un porvenir incierto que se evapora al día siguiente. Pero si quieres perderte en tu delirio con una gota de chinguirito en cada poro, no te duermas en la sombra de un raído zaguán, sino bajo la luna chiquiana que ilumina la vereda, el umbral y el portón, flotando en el aliento de tus suspiros, que son los heraldos de buenos augurios como el arcoíris que pinta de alborada "Espejito del cielo" de nuestro querido Hualín de Fragua.
 
 


QUERIDO SHAY:

Hoy que estamos lejos de las pallas, de la Estandarte y las mayoralas, quiero contarte que anoche le pedí al viento vespertino que me lleve a la fiesta de Santa Rosa. Pasaron los segundos con su tic tac inagotable y finalmente me quedé dormido. En mi sueño vi en el cine mudo de finales de los cincuenta, retazos de recuerdos que mi mente trataba de juntarlos, pero volaban llevándose las últimas hilachas de aquella inocencia perdida. Recuerdos que trataban de despertar como retoños de lajtash en mañanitas con rayitos de sol y gotas de shulay,  implorando que no zozobren en el olvido. 
 

 
 
También vi en mi sueño, cómo las entumecidas alas del pensamiento se aligeraban para bogar aires chiquianos juntos, y volver a ser los chiuchis de antaño con el mismo sino; sólo que en cada aleteo te elevabas más arriba de mis posibilidades, y ya la razón del vuelo no era alcanzarte ni siquiera con la mirada, sino la ventura de encontrarte en el próximo sueño, y mi zozobra no era ya por tu alejamiento sino por tus pocos ánimos de retornar y reír en Chivis con los yucyush del ayer.
 
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Era algo que dolía hondo, shay del alma, muy hondo y grité viendo el Cosmos, implorando a Papalindo por los dos: !cómo desecharte si no estás a mi lado!, !cómo alejarme más si eres inubicable!. Fue como hallar dos iris brillando en un par de órbitas secas, y bajo un pecho de lloque un corazón latiendo en otros cielos. Luego vino un golpe de canga cargado de angustia, los minutos acechaban como filudas antacashas sobre un inerme trompito de maguey, y pronto la penumbra cubriéndolo todo; entonces volví a gritar, pero esta vez aterido: ¡por qué no aprendí a ser indiferente!!!!!, y el grito trocó en olvido, el viento dejó de silbar huaynos y el río de la vida calló su canto de aleluya, para siempre. 
 

 
 
Gracias a Dios esta noche volveré a soñar contigo, y ojalá te escuche decir cosas que de chiuchi no dijiste, y que se hagan realidad los juegos infantiles que no realizamos por falta de tiempo...

Quedan tantas cosas por hacer, que soñar no basta ¡Shay del alma!

Tu amigo que te quierer Nalo Alvarado Balarezo 
 
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Lima, 25 de agosto de 2002
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HOLA SHAY:

CHIQUIÁN CON MAYÚSCULAS, nuestra amada Patria chica, colmada de alegría y colorido como no hay dos en el Perú profundo; incontrastable villa con aroma a tierra fresca donde germinan flores y hierbabuena por doquier. Así es nuestro icono bendito, rinconcito encantado lleno de melodías, canciones, versos y pensamientos hospitalarios que caen de las nubes blancas, mostrando su saludo fraterno al arriero, al turista y al caminante. 
 
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Cuando pienso en ti, tu imagen se posa radiante en mis retinas, como las películas de cuadratura de don Enrique de Llaclla, recrearon mis ojos en los agostos y septiembres de avellanas, mercachifles y huaylishadas. Hoy, cada vez que con las pupilas del alma hago "clic", te muestras huraña y luego te ocultas en las alas de una tórtola de fantasía, que va derramando acuarelas de infinita textura sobre los campos amados. 
 
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 CHIQUIÁN, muchas veces iluminas mi mente como ninacuru pasajero, tan volátil como la luz de alba imposible de atrapar con las manos, es cuando el sudario de la aflicción cubre mi ser. Lento caminar, un descifrar de evocaciones en un gris atardecer de pronóstico reservado. A la medianoche mi corazón contumaz se agita como cachorro de puma en el cenobio genitor. Entonces retorno como el hijo pródigo al nido familiar de Jircán, con su construcción de adobes, terrados de eucalipto y entablados de aliso; altillos abrigados, techos ocres con canaletas para que corra cantando de dicha el aguacerito madrugador. Hospitalaria casita de paredes tarapaqueñas y azul vidrioso como el cielo chiquiano, corredores repletos de arados, racuanas, cayshis, cuntus y monturas. Cerca del fogón un batán y dos morteros de piedra que guardan el aroma del nahuín de la última cena familiar. Dulce hogar, jardín florido, con su baranda para tomar el sol donde duermen mazorcas de maíz, oquitas, mashuas y el trigo amigo en dorados peroles.  
 
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Al fondo del pasadizo, y pendiendo de un clavo de tres pulgadas descansa un espejo opaco, donde en las noches de luna llena se peinan las almas de mi abuelita y sus adoradas hijas Jeshu y Eni. En la sala de losetas se reflejan retratos y almanaques de décadas pasadas. Sobre un mueble de madera y mármol reposa una Biblia y un libro de literatura entreabierto donde se lee el poema del Mío Cid. A su costado, un poncho de vicuña espera el retorno de Felipón.
 
 


En este ecran en miniatura, de pronto aparece la imagen materna con su vestido blanco. Está de pie en el primer descanso de la escalera que sube a las habitaciones del segundo piso. Jeshu sonríe y me muestra feliz sus rosas, claveles y azucenas, que después de su viaje eterno hace florecer con agua bendita papá Armando, para alegrar la casita donde mamá fue hija, esposa, madrecita santa, abuelita y bisabuelita amada.
 
 


Bajo los párpados y saboreo mis lágrimas, entonces empiezo a oír una canción de amor que despierta la noche con estrofas de los años felices. También vibran huaynitos con pícaras rimas, creación de los viejos aedas chiquianos. De madrugada llegan notas de esperanza en pautas donde se balancean diez ninacurus, abriendo el broche de la ilusión, que iluminó al bardo del "Culto" Alfonso Aranda Ibarra: “Me gusta la libertad porque en Chiquián nací yo”, siguiendo el credo de viejos trovadores andinos de las hermanas provincias ancahinas.
 
 


¡Es la hora de la añoranza!, hora cuando el palpitar se fragua con la quietud del alma, bajo la dulce mirada del Niño de Praga, brindándole sosiego al corazón. Y así, minuto a minuto va arribando callada la madrugada, y en algun lugar de Chiquián el manero asoma, erizando la piel vestida con la sola belleza de sus perímetros, lista para recibir la savia del gañan del amor. !Ahhh frenesí¡, insaciable bulimia que lo agota todo y no se harta con nada, ni nadie...
 
 


Pronto llegará la aurora y la añoranza traerá el recuerdo del primer beso, cuya brasa dura toda la vida, como nunca se engarza el ala de un condór miope, que en pleno vuelo fue roto por una puntiaguda cornisa del Yerupajá; ni desaparecen del refugio las huellas de afecto de un puma de Pancal, ya que el amor de todos los padecimientos, como dicen los filósofos conchucanos, es el que más taladra la médula del espíritu. Beso con el que se entrega el latido sin preguntar ni indagar nada a la hija menor de Baltasar, con la ingenuidad del mancebo picaflor que duerme bajo la espinosa tuna, después de aspirar el ilixir de la flor de waganku; de ahí que el sentimiento vive libre, siempre iracible a la sujeción. Encerrado flaquea de tristeza como los cóndores, las huachuas y los pumas.
 
 


Está amaneciendo, y un concierto de armonías trinan en el alero que da a la calle Leoncio Prado de Jircán, como si el pulso de la madrugada que languidece, se alegrara por el canto del pichuichanca anunciando la llegada de los paisanos peregrinos. Unos minutos más y repicarán las campanas de la iglesia matriz de Chiquián como plegarias de esperanza y de fe.
 
 


El reloj marca las siete de la mañana. Es hora de escribir y hacer de cada párrafo un gorgorito de arpa, donde la pena por la familia, el amor y el amigo querido, trepide con los enormes remos de la ilusión, aquella hamaca de las ánimas nazarenas que arrulla los afectos con sus melodías divinas.

Tu amigo Nalo Alvarado Balarezo 
 
 
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