JUAN GUILLERMO CARPIO MUÑOZ
PARA AREQUIPA Y SU HIJO PREDILECTO
Honrar honra y ahora que estamos en el mes de Arequipa quiero con mis palabras brindarle un Homenaje a esta bella Ciudad y a uno de sus grandes amantes y cantores, al Hijo Predilecto de Arequipa Juan Guillermo Carpio Muñoz. Él fue un esclarecido hombre de letras, un insigne poeta, un brillante escritor, un metódico investigador y sobre todo, un original Arequipeñista.
Desde hace doce años he sido una lectora asidua de su obra. A veces asomarnos a algunos libros nos produce el mismo vértigo que otear un espejo mágico, algunos libros son justo eso, espejos de tinta, como diría Borges, un caudal de historias, personajes y lugares que van dejando un sedimento en nosotros, cambiándonos y contándonos, es lo que me sucedió al leer Texao, Arequipa y Mostajo, la historia de un hombre y un pueblo, de Juan Guillermo Carpio Muñoz. Aprendí a través de sus letras a pasearme con mi imaginación por las calles de Arequipa, la ciudad blanca, la ciudad de los volcanes.
Una ciudad con sello propio, con personalidad, con estilo, una ciudad de la que uno no se cansa y al recorrerla podemos perdernos en el tiempo. Los que hemos pasado por ella quedamos atrapados por su magia, por el azul de su cielo, por la belleza de sus construcciones. Texao, aunque no contuviese una sola fotografía sería un libro de retratos queridos porque es ante todo un libro hecho con amor. Es como un gran mural en donde el autor retrató con imágenes indelebles toda la vida arequipeña. En ese libro mágico se aprende de los personajes de la ciudad, de sus historias, anécdotas, costumbres y tradiciones, religiosas y culinarias. Cuando lo leí en el 2007, me sucedió algo muy particular, no era una necesidad de aprender teoría, fue algo que se convirtió poco a poco, en un sentimiento de acercamiento y amor a esta tierra, como si en alguna vida mis pasos hubieran pisado sus calles y mi corazón hubiera sentido sus vivencias. Si eso me sucedió a mí, nacida en un país muy distante, imagínense ustedes lo que despertará en los niños y jóvenes nacidos en esta hermosa ciudad de Arequipa. Pienso que Texao debería ser lectura obligatoria en todas las escuelas y universidades de esta región. Hay que impulsar la formación educativa para crear hombres y mujeres amantes y conocedores de sus raíces y su entorno, que sean propulsores del mejoramiento de su contexto y que sean capaces de expresarlo.
De la lectura de Texao pasé a Arequipa, Música y Pueblo. De allí al Diccionario de Arequipeñismos, compañero inseparable y necesario al leer las obras de Juan Guillermo. De la misma forma me di un paseo por sus diversos Elogios, al Chili, al Rocoto, al Libro, al Agua, al Camarón, al Toro de pelea, a la Picantería, a la Cebolla Arequipeña, al Fútbol, al Tuturutu, a los Volcanes, Cerros y Nevados, a Mollendo, al Yaraví, al Sillar y a la misma ciudad de Arequipa. Más tarde Surco, Pasión y Gloria del Chacarero Arequipeño y sus Peleas de Toros, un tratado de cultura loncca y tauromaquia arequipeña. Luego pasé al Pendón Musical de Arequipa, un excelente estandarte que deben leer todos los músicos arequipeños que se precien de conocer y querer la música de su tierra. Y quedé hipnotizada al leer su libro, aun inédito, acerca del habla de su país. El habla y lo común, la imagen y sus artificios y con ello el vasto proceso que va desde la conciencia del estilo hasta el pensamiento organizado ¡una verdadera joya!
Juan Guillermo no acudió desguarnecido a la palestra sino armado de la conciencia de su oficio, de su franqueza, de su sensibilidad y su donaire. Se nos presentó en sus poemas, pinturero y airoso, como un capote sevillano, con su mano apta para forjar un soneto que es algo como ligarle catorce naturales sin enmendar la figura a un toro de quinientos kilos. Certera espada en alto para matar la muerte en su exquisito poemario El Vuelo Fugaz, presto siempre a salir a los medios para saborear el grito de los tendidos: ¡Olé Poeta!
El trabajo de Juan Guillermo Carpio Muñoz significó el fruto de una paciente entrega, laboriosa y fecunda. Él escribió como hablaba y él hablaba como el pueblo. Los afluentes que nutrieron el río de su verbo y que desembocaron en su obra fueron el lenguaje sencillo de los hombres de la ciudad, los chacareros, los campesinos, los maestros de escuela, los conversadores de las picanterías, los poetas, los cantores populares, los viejos y los libros, esos interlocutores silenciosos largamente acariciados, que lo pusieron a dialogar con los clásicos, con los dioses, con sus manes. Quien haya conversado con Juan Guillermo habrá experimentado la extraña sensación de estar ante un erudito que sin afectaciones, con un manejo limpio del lenguaje, enlazaba en una frase conceptos, un sabio consejo de Mostajo, o quizás uno del ingenioso Hidalgo a Sancho, algún yaraví, las obras más recientes, la salida ocurrente de algún amigo, el último dato recogido entre los historiadores de su tierra, el verso popular improvisado en cualquier picantería o la cita exacta de cualquier hombre importante. Conversar con Juan era irse a lo profundo, pero a diferencia de los ríos que en tanto más profundos son imponentes y ceremoniosos, su trato parecía el de los arroyuelos cantarinos y alegres.
Escribir es un acto de fe, pero escribir historia es un acto de fe en el porvenir. Se puede escribir sobre el pasado, pero se escribe para el futuro. Y el primer requisito para escribir historia es la honestidad personal de quien la escribe. En historia se sabe o no se sabe, es imposible inventar. Y esa fue una de las claves de la obra histórica de Juan Guillermo, que nada es inventado. Cada una de sus afirmaciones está respaldada por algún documento, por un testimonio confiable, por una tradición oral, por notas de prensa y por una buena bibliografía. Toda esta obra fue posible gracias a una dedicación total, sin concesiones a la molicie ni a las banalidades, como buen investigador hurgó en Archivos Regionales, Nacionales, Internacionales, Eclesiásticos y donde quiera que estuviera el dato escondido esperando el instante de su revelación.
Juan Guillermo ahondó en muchos temas, recorrió su tierra y la filmó en 35 valiosos documentales y ello sin menoscabo del hombre social, humano, camarada, solidario y revolucionario que hubo en él. Pero por sobre todas las cosas, quiero destacar que ni sus conocimientos, ni la obra realizada, ni los honores recibidos modificaron su carácter ni su humildad. El hombre sencillo y de pueblo permaneció inalterable. No la falsa humildad, que es la peor de las soberbias, sino la del hombre que consciente de su propio valor, sabe que vale lo mismo que todos los demás. Fue un hombre sabio y generoso que supo tender la mano a quienes comenzaban a transitar el camino del cual él era ya un curtido baqueano. Hombres como Juan Guillermo son necesarios e imprescindibles y siempre será poco el reconocimiento y el estímulo que se haga a su apostolado de servicio. Dignificarlo es valorizar lo que de permanente tienen los valores de un pueblo. Él fue un especialista. Seguir el sendero de menor resistencia es lo que hace que los hombres y los ríos se tuerzan, la copia se adapta al mundo, pero el original trata que el mundo se adapte a él. Y Juan fue un original, siempre es difícil encontrarlos, pero paradójicamente es fácil reconocerlos.
Ha sido para mí un privilegio conocerlo primero a través de sus libros y luego siendo su compañera de vida y colaboradora compartiendo sueños y juegos, alguna impetuosidad en ocurrencias singulares, en nuestro amor a la tierra y a la lectura, fue un verdadero placer leer y comentar un libro a su lado, en nuestras alegrías y tristezas. Gracias Juanito por acompañarme en mi camino y enseñarme a amar a tu preciosa Arequipa y gracias a ustedes por leer estas sencillas letras para la Ciudad Blanca y su valioso Adorador.
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